La clase capitalista que posee los medios de producción son el 1 o 1,5% de la población mundial y alrededor del 70% de la población mundial tiene acceso a internet. La relación es clara: la clase obrera conforma el mayor porcentaje de usuarios y la clase capitalista, que es minoritaria, tiene en su poder los servidores masivos que utilizan los usuarios. Aunque siempre se pudo montar servidores, el grueso del mercado digital siempre pasó por unas pocas manos.
Esto que parece una obviedad en términos políticos no está tan claro en los hechos. Cuando nos remontamos al sujeto que el hacktivismo reivindicó durante su historia, estos han sido los usuarios antes del 2000, luego el pueblo y en la actualidad hay una diversificación de sujetos en la que están los trabajadores, sean en sus variantes negras o rojas, pero no parecen ser el sector mayoritario. Del otro lado, los partidos y movimientos políticos de izquierda han ignorado históricamente que el sujeto social reivindicado, sea la clase trabajadora o el pueblo, también eran los usuarios. La estrategia, la táctica y la propaganda particulares no pretenden ser cuestionadas en este artículo; basta decir que el ser usuario de clase no se explotó políticamente como sí se hizo con, por ejemplo, la capacidad de consumo de la sociedad, como el grupo canadiense Adbusters durante el Occupy Wall Street.
¿Pero qué es ser usuario? Es utilizar un servicio privado por medio de un protocolo de comunicación jerarquizado en el que el usuario debe aceptar las reglas impuestas por el servidor. ¿Y consumidor? Comprar la mercancía del capitalista -pero producida por los trabajadores- al precio de mercado que este o los intermediarios la ofrezcan. Mencionar al consumo es solo una forma de quitarle abstracción al tema. En ambos casos, el mercado o internet y la fusión cada vez más estrecha de ambos comparten ser sistemas jerarquizados en los que el perjudicado es la clase obrera.
La posesión y la desposesión de la infraestructura de red y los servicios que en ella se brindan es solo una dimensión formal, que no expresa más que una magnitud. La asimetría se expresa en otras dimensiones también: la económica, la legal, la jurídica, la innovación y la fuerza. De ellas se hablará en otros artículos por extenso.
La relación clase-usuario es entonces esta concepción que une la esfera política y digital como un todo, un único sujeto que no se fragmenta en sus reivindicaciones particulares por sobre sus reivindicaciones de clase. Esta concepción toma particular emergencia en el momento histórico actual en el que las agendas capitalistas por aumentar la explotación laboral encuentran en la opresión digital una forma de acercarse a sus objetivos y a la vez evitar la confrontación violenta entre clases. La izquierda en internet está tan poco construida que la ultraderecha puede gestar, promover e incluso ascender a grupos ultras para dar la batalla comunicacional en redes por la hegemonización de mensajes conservadores o directamente fascistas.
La política plataformista de los diferentes partidos y movimientos de izquierda a nivel global carece de solidaridad. Grupos herméticos con su periferia que compiten por popularizar sus propias publicaciones. El ámbito digital, que parece ser el más idóneo para alcanzar acuerdos que no se pueden alcanzar en el ámbito político, en él tampoco se materializan. La diferencia estratégica es clara: la ultraderecha crece con la desorganización y la izquierda se estanca. La clase capitalista y sus burocracias estatales no compiten a muerte por diferenciarse con otras; a fin de cuentas, todo tiene un precio para ellos. La izquierda, en cambio, logra avances consistentes solo cuando se establecen acuerdos programáticos o de principios. Es así como el ser usuario de clase resulta no ser lo que es debido a las inconsistencias en el frente digital.
Sin embargo en el fediverso y otras redes alternativas puede verse como esta concepción está más asimilada, en parte porque son migrantes de plataformas masivas y otro tanto porque ya son activistas o militantes. Queda en nosotros, los rebeldes digitales, dar el ejemplo y mostrar resultados. Veamos, por ejemplo, el éxito de #Vámonos juntas en España. Hay mucho por hacer y nos necesitamos colectivamente, sin divisiones que impidan la acción unificada en internet y en la calle.
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